En el programa Sálvame (sí, es un programa que casi todos vemos, aunque sea a ratos) decía Kiko Matamoros que una concursante de un reality era fea. La que se le ha venido encima. A grito limpio, le han puesto de chupa de dómine, expresión de Quevedo en El Buscón, como si hubiera cometido un crimen. En España no se puede decir ya que una chica es fea. Supongo que es una consecuencia del feminismo o lo que otros llaman ideología de género.
El problema es que tampoco se podrá decir que es guapa. Ya nadie podrá ser ni fea ni guapa. Ni feo ni guapo, ni buena ni mala, ni bueno ni malo. Es de suponer que ni en público ni en privado; ni entre amigos ni con la familia, ni de viva voz ni por escrito.
Se acabaron las descripciones. No podrá adjetivarse a nadie ni en la vida real ni en la ficción. A las normas de distancia que impone la pandemia y la lógica prudencia habrá que sumar la distancia en este terreno. No podremos calificar a nadie. No se puede decir de nadie que sea amable, ni antipática, ni inteligente, ni torpe, ni productivo, ni productiva, ni vago, ni vaga, ni alegre, ni triste, ni pesado ni pesada, ni culta ni inculto, ni pobre, ni rico. Nada de nada. Todos iguales, y cuidado con lo que se pone en los perfiles de cualquier tipo. O en lo que una empresa o un headhunter busca.
¿De verdad que tiene que ser así o todavía podemos rebelarnos como hace Matamoros? A todos nos gusta decir que una persona es agradable, bueno ó buena, honrado u honrada, cariñoso, leal, tenaz, encantadora, valiente, eficaz e incluso genial, y hasta guapa. Pero, en ocasiones, no queda más remedio que decir que es egoísta, vanidoso, hipócrita, tacaña, terca, e incluso intolerante e insoportable, como este tipo de imposiciones.